
Con spray, brochas, motas de algodón, pinceles y mucha imaginación, los autodenominados “artistas de la calle” piensan que esa es una forma de no sentirse excluidos ni ser vistos como vándalos o delincuentes.
Joe, de unos 17 años, con pinta de modelo de ropa, vestido con una camiseta de su club favorito de futbol, el Alianza Lima, y pantalón de mezclilla raído, muestra a Notimex la amplia barda que ha tomado por asalto en el peligroso barrio “Chicago chico”.
Un corazón de dos metros de alto, cruzado con las letras “AL” (Alianza Lima) y la frase “Carmen 5 Grone (negro al revés)” sirve de demarcación de su territorio en la populosa zona del distrito de Surquillo, que limita con el exclusivo barrio de Miraflores.
“Nosotros no somos delincuentes, únicamente pintamos lo que nos nace del corazón y es una forma de rendirle culto a nuestro equipo de futbol”, refiere este joven, mientras otro grupo, bastante desconfiado, rodea al periodista.
“Si tomas fotos no se las pases a la policía porque luego nos vienen a levantar (apresar) y nos acusan de marihuanos, de traficantes de drogas, de asaltantes y no se cuantas vainas (cosas) más”, afirma otro personaje de rasgos negros.
Los graffiteros buscan espacios, incluso el lomo de un perro es más que suficiente para poner sus iniciales en la calle El Carmen, a la altura de la cuadra 50 de República de Panamá, donde la vida vale menos que un dólar, que es lo que cuesta aquí una bala.
Por todas partes aparecen las banderas del club favorito de los peruanos, el Alianza Lima, pero por muy marginales que pudieran ser o demasiado seguidores del futbol, los graffiteros sí creen en Dios y en Sarita Colonia, la santa de los delincuentes.
En una esquina sobresale la imagen de Jesucristo, con la mirada perdida, una buena y perfilada barba, su aureola y el haz de luz de una estrella.
Es quizás el único graffiti que ha sido respetado y donde otras bandas de jóvenes no han osado con mancharla con palabrejas a diferencia de un rostro de una mujer negra, a la que le pusieron “Zoila”, cuya cara demuestra cansancio o quizás fastidio.
“Las calles”, “La injusticia”, es la leyenda en otra pared que está frente a la bodega Iván, donde los jóvenes se abastecen de cerveza, cigarro, para matar las tardes o las noches en “Chicago chico”, donde las patrullas pasan raudamente.
En los límites entre Surquillo y Miraflores, en una amplia pared frente a la vía Expresa, un hermoso cuadro con el rostro de una mujer morena “blanqueada” a lo Michael Jackson y con el título de “Bella” sobresale a varios metros de distancia.
A un costado de esto, otros más de máquinas y rostros de niños con trompas de cerdo y más allá una mujer con la cara semicubierta y menores graffiteros bellamente elaborados muestran lo que es este arte.
Pintores fantasmas o jóvenes irreverentes, necesitados de espacios de expresión en un barrio limeño, reflejan la urgencia de delimitar territorios y aprovechar la ocasión para protestar frente a una sociedad caótica y despiadada que sucumbe “animalezcamente”.
“En este crisol de gentes, todos podemos interpretarlo a nuestra manera. Estas expresiones en forma de grito son un intento desesperado por hacer escuchar su voz”, afirma Ivette Fernández, psicóloga del instituto Toulouse Loutrec.
Los graffiteros, esos artistas del spray y de la brocha, se han vuelto parte de la decoración urbana, indica Fernández, quien dijo que se les encuentra, con su arte, en los asientos del micro, en las paredes de los baños y en bardas de barrios marginales.
A falta de espacio y de “medios”, los graffiteros adornan las vías públicas con figuras, algunas grotescas, contorsionadas, de mujeres y hombres sin rostro, sin aliento, féminas que danzan imaginariamente en el colectivo urbano.

Figuras de rastas, ratas, fofos personajes, estrellas sin cielo, cielo sin sol, sol sin brillos, lunas semirrasgadas, amores enfermizos, pasionales, y viento sin primavera, forman parte de ese paisaje urbanístico en fachadas de ladrillo y concreto.
Es una especie de piel mutante, de rostro sin ojos y de tatuajes sociales, que a gusto del cliente podría parecer hostil y, ocasionalmente, hasta aburridos.
El arte graffitero es un constante grito en las paredes, manifestaciones de expresión contra la violencia social, policial, y un rechazo, en muchas ocasiones, al aturdimiento cotidiano de una sociedad en decadencia moral, dijo Fernández a Notimex.
La gente tiene hambre de espacios, de contar sus leyendas urbanas, de exponer sus panoramas y de dejar las huellas de una oveja negra, de una rata, de un punk irreverente, de una evolución o involución.
Atribuyen algunos este medio de comunicarse a Demetrius, un chico de 17 años, quien al no gustarle su nombre lo cambió por Taki, pero al darse cuenta que era muy “insípido” optó por añadirle el 183, el número de la calle donde vivía en Nueva York.
Sin quererlo, sentó las bases de una corriente artística, de esta una nueva forma de comunicación, muy parecida a la edad de piedra.
Los graffitis no son cosa de la gente “lumpen”; en el exclusivo restaurante Bohemia, en el distrito limeño de Miraflores, un graffiti en el baño de hombres, al lado de una fotografía de Alberto Fujimori, se lee: “Chino de porquería!”.
El ex gobernante (1990-2000) aparece riendo en esa foto que le fuera tomada dentro de un baño cuando jala la cadena de un antiguo retrete.
El graffiti no es una corriente ni tampoco un movimiento artístico, es simplemente una forma de expresión que adoptan los jóvenes para comunicarle algo a la sociedad, o a veces simplemente para marcar su territorio.
En Lima existen bandas de graffiteros, que por la noche, en grupos de seis personas, salen, spray en manos, a recorrer y a pintar paredes y, con ello, delimitar sus territorios.
Este alud de expresiones ha llevado a algunos distritos, como Miraflores, a ver la forma cómo incentivar a los jóvenes para que hagan arte, en vez de afectar las propiedades.
Los graffiteros tienen sus propias reglas o jerarquización (de lo pintado) y una firma realizada con rotulador no puede ser borrada ni tachada para hacer otra en su lugar.
Una de las cosas más graves que puede hacer un graffitero es, sin duda, infringir la regla de jerarquización; hacerlo es considerado automáticamente como una agresión que puede llevar a enfrentar a las bandas